SRA. LAURA

10.01.2022

Un año y unos meses atrás yo era aún una niña. ¿Una niña? Si, una niña de 26 años. Vivía en la casa de mis padres y como llevábamos casi un año en cuarentena obligatoria como medida de la emergencia sanitaria que se vive a nivel mundial, compartíamos tanto en familia que, a veces, pienso que quizás la pandemia no haya sido tan mala. 

A su vez creo que el encierro y las circunstancias en las que se dieron hizo que después de mi primer cuarto de siglo me sintiera más adolescente incluso que a los 17, ya que en el buen sentido de la palabra me "igualé" con mis hermanas 7 y 10 años menores que yo. Además, creo que, con 10 kg menos y lo inmadura que era (y aún soy), también lucía como una de ellas, incluso a veces, menor, en todo caso, una adolescente. 

Vivía en mi zona de confort, trabajaba desde mi casa, a diario hacía ejercicio con mis primos, mi hermana, mi papá e incluso Sebastián. Los vecinos sentían envidia al medio día porque mi papá preparaba carne, pollo o pescado en el asador que dejaba salir el aroma a BBQ por toda la cuadra, mientras que mi mamá preparaba las guarniciones y el acompañante; mientras tanto, Sofí, Salo y yo discutíamos por quién debía lavar los platos, quién llevar los orgánicos a la composta y quién no lo había hecho bien el día anterior. 

Después de almorzar y antes de comenzar nuevamente, salía por la zona verde de la unidad residencial donde viven mis padres para darle un paseo a Kaká (nuestra mascota). Se convirtió en una rutina, él me esperaba al lado del comedor para que le pusiera su correa  y caminábamos por unos 15 minutos en los cuales éramos "libres" del encierro pandémico. 

Por último, al finalizar el día productivo, me recostaba a leer en la hamaca color beige del patio e incluso por algunas semanas hice videos para mi instagram haciendo un pequeño recorrido por aquellos libros que de una u otra manera me habían marcado. Luego, antes de ir a la cama, compartíamos un espacio en familia jugando cartas, dominó o armando un rompecabezas. 

Hablo con un poco de nostalgia porque a pesar de que fueron tiempos difíciles para la humanidad, para mí significó disfrutar de mis padres y mis hermanas como no lo habíamos permitido en años. Lo digo con nostalgia además porque hace un año mi vida comenzó a cambiar -para bien- y comencé a crecer. 

Me gradué como especialista (de manera virtual porque no podíamos reunirnos para la ceremonia de grados), me fracturé la clavícula descolgando un alto al cuál había subido más de 100 veces en mi vida y por esto estuve 7 meses alejada de toda actividad física; comencé a sanar muchos aspectos de mi vida, me propusieron matrimonio -Y dije que SI-, cambié de trabajo, y bueno al llegar el gran día, me casé y crecí. 

Le dije si al amor de mi vida, de ello fueron testigos nuestra familia, amigos y Dios; nos mudamos a 5 minutos de la casa de nuestros padres, decoramos nuestro espacio, y, adoptamos un peludo de 4 patas y orejas puntiagudas. 

Debo confesar que, al principio no fue fácil a pesar de que mi corazón y mi alma estaban en un idilio de felicidad. Generalmente a los humanos  nos cuesta cambiar, nos genera temor porque tenemos miedo de lo desconocido, hasta que nos acercamos y nos damos cuenta de que hay cambios que valen la pena y la vida. 

Para mí, el amor, la consciencia, aceptación, tolerancia e incluso las pataletas internas hicieron posible el crecimiento, el cambio, el matrimonio y que, hoy no sea "Señorita Laura", sino "Señora Laura". 

.

.

Hoy puedo decir que tengo un hogar hermoso con mi esposo y nuestro Dalí. Cuando podemos, entrenamos juntos, aún leo (pero un poco menos), trabajo mucho porque amo lo que hago, y por supuesto sigo escribiendo, realmente, no quiero dejar de hacerlo. Y bueno, hoy puedo decir que, aunque a veces duele, vale la pena crecer.


¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar