MUERTE
En ocasiones me pregunto cómo sería enfrentarse a la muerte, es imposible no cuestionarse qué hay detrás de esta obra que llamamos vida, de nuestros cuerpos, y por qué no, a dónde se van nuestras almas o, si sencillamente la muerte nos deja sin aliento.
¿Existirá el cielo? Quiero pensar que si, creer que hay lugar sobre natural más allá de la vida, un lugar donde el placer no es determinante, donde comencemos a conquistar y a sentir aquello que realmente es esencial y alentador para sentirnos plenos. Aprender a ser humanos cuando dejamos de serlo, reencontrarnos con nuestros ancestros y nuestro pasado, abrazar a quienes partieron antes que nosotros, pero a la vez extrañar un beso, una caricia, el sonido de las olas o de las aves al amanecer; observar el mundo con impotencia, mientras aquellos que no han aprendido a ser humanos lo van destruyendo con cada acto, con sus rencores, ambiciones y odios.
¿Y si sencillamente la muerte nos deja sin aliento? Si mi corazón deja de latir y mis pulmones dejasen de expandirse con el oxígeno que solía entrar a mi cuerpo, si en ese instante todo acaba, si en el momento en que mi cuerpo se quedase sin aliento y dejase de existir, de sentir y de pensar, quisiera partir con tranquilidad, sin dolor y que, mi último instante fuera placentero, sentir satisfacción y orgullo de la vida que habitó aquel cuerpo de carne y hueso, de haber aprovechado cada momento que recibí de este mundo, de este planeta y de los seres que lo habitan, de las experiencias, de los sentimientos, de los aprendizajes ... Pero en esa última milésima de segundo, me preguntaría el sentido de la vida y el misterio de la existencia, me cuestionaría si habría valido la pena cada lagrima derramada y cada día perdido postrado en la cama, las tristezas y las decepciones.
También me he indagado cómo será el día en el que partiré, no sé si será el destino, un llamado o si sencillamente yo compraré el tiquete para abordar aquel tren, como lo hicieron en su momento famosas personalidades como, Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Virginia Woolf, incluso se decía que Séneca decidió partir, antes de recibir el llamado. Hace un par de semanas leí a un poeta antioqueño, conocido como Carlos Framb, el escritor oriundo de un pueblo llamado Sonsón relata en su escrito "Del otro lado del jardín", cómo coopero a su madre, para tomar un tren y partir de este mundo cuando una tortuosa enfermedad ya no la dejaba disfrutarlo, y cómo él lo enfrentó, pues, aunque tenía el boleto de partida, no logró acompañar a su madre a su destino.
Me cuestiono a menudo si seremos capaces de decidir sobre nuestra muerte, nuestra partida, porque somos seres aferrados a la vida y a nuestros miedos, a las intrigas y al misterio, tememos a lo desconocido y por eso tememos al óbito, al misterio del fin, a los enigmas... Porque si tan solo por un instante conociéramos aquel destino, la muerte, tal vez no temeríamos a ella, así como no se espantan los budistas, para quienes la muerte representa mucho más que el fin de la existencia. Pero, no es nuestro caso, somos occidentales y simples mortales, llenos de dudas y temores, de sueños y sentimientos, aprisionados a una vida, sin conocer el sentido de la misma.
Febrero, 2018.
Martina ♥