#23: LA IMAGEN DE MI ABUELO
Hace 32 años la violencia le arrebató a la sociedad un gran ser humano; a su viuda, el amor de su vida; a sus hijos, un padre excepcional; a sus estudiantes un maestro intachable; a la naturaleza un activista apasionado; y mí, que nacería 6 años más tarde, me arrebataría la oportunidad de conocer a mi abuelo materno.
Hubiese querido conocerlo tan siquiera un poco, pero lo único que tengo son recuerdos de vagas historias contadas por mi madre; fotografías viejas, un retrato que reposa en la sala de la casa de mi abuela; recortes de periódicos viejos con noticias de una época que ningún colombiano quisiera recordar, y un libro que leí hace unos meses dónde pude aproximarme un poco más a él.

Casi toda la información a la que puedo acceder en periódicos, memorias y libros, me resultan abrumadoramente desgarradoras, en primer lugar, porque narra una época de violencia que por fortuna no padecí, y en segundo lugar, porque la historia resulta ser tan amarga que logra revivir en mí las emociones que seguramente sintió mi mamá, y no, porque realmente las sienta sino que se me es inevitable pensar en el sufrimiento que el asesinato de mi abuelo en manos de paramilitares le causó a mi madre, a mi abuela y en general a toda una familia que unas semanas antes de aquel acontecimiento se encontraba plena, completa y feliz.
Cuando era niña tenía una idea vaga sobre lo sucedido con mi abuelo, la historia resultaba ser sencilla para una niña entre 5 y 10 años. "Mi abuelo murió cuando mi mamá tenía 14 años, por eso no lo conocí. Lo mataron a las afueras de la facultad de odontología de la Universidad de Antioquia, donde fue maestro". Sin embargo, con el paso de los años y el dolor insuperable en el corazón de mi mamá, dolor que siempre ha ocultado y que seguirá ocultando, impidieron que esta historia fuese suficiente para mí.
Solía ser una niña curiosa, y en clase de sociales en el colegio comencé a comprender un poco los matices de la violencia generada por las diferentes luchas en Colombia en los años 80, desde el narcotráfico, los recursos naturales y obviamente el poder. Desde allí comencé a sentar diferentes posturas que aún hoy me ponen a pensar. Pero fue allí en el colegio, no recuerdo el grado pero creo que ya estaba en secundaria, dónde conocí el libro de "El olvido que seremos" de Héctor Abad Faciolince, este hacía parte del programa de estudios de español o lengua materna.
Mi mamá probablemente diga que esto no es cierto, que no lo recuerda o que yo lo inventé. Pero, yo recuerdo llegar a casa a decirle a mi mamá que tenía que comprar un libro que se llama "El olvido que seremos", y ella me respondió "no me gusta ese libro". Como era un trabajo del colegio y yo solía ser una estudiante juiciosa, lo leí y aunque guardé silenció comprendí. Claro, cómo sería posible querer un libro en cuyas páginas describe el asesinato de un padre en circunstancias similares a las del suyo, además, que en alguna página del libro, mencionan el asesinato de mi abuelo. En este momento comprendí que mi abuelo había sido asesinado por la violencia y que, directamente mi mamá era una víctima de esta.
... Y así sucedió años después cuando leí "cómo maté a mi padre" de Sara Jaramillo, es imposible no tocar fibras cuando has tenido una tragedia similar tan cerca, incluso cuando lo se ha vivido en carne propia. Sin embargo, los lazos maternos son tan fuertes, que seguramente es como vivirlo en carne propia.
Humanamente debemos conocer nuestros orígenes, nuestros ancestros, reconocer el camino, corregir lo que haya por vivir y sobre todo comprender el por qué nos mueve lo que nos mueve dentro de nuestras almas.
Con el paso de los años pude crearme una imagen de mi abuelo con la información que conocí. Fue triste no poder conocerlo, pero es bello el ejercicio de poder reconocerlo tal cual como yo quiero, tal cual como me lo mostraron, tal cual como yo lo evidencio. Un hombre intachable, trabajador, lleno de amor por su familia y por el mundo, un soñador como muchos de nosotros que esperaba vivir en un mundo mejor. Lastimosamente pago el precio que han pagado muchos líderes sociales en Colombia, y que hoy desafortunadamente siguen pagando.